lunes

diez

Ahora si que amanezco torcido, de hasta el espinazo. Con dificultad abro el ojo izquierdo y con la misma dificultad, a los trece segundos, abro el ojo derecho y busco ordenar el resto de mis pensamientos. ¿Donde es que exactamente me encuentro? Otra amarga faena de tratar de reconstruir los sucesos de las últimas tantas horas, que generalmente terminan en solo manifestar las primeras dos, antes de aventar el resto a la sub-conciencia. Ya en los años venideros descubriré, en tajos aparatosos y desafiantes (o en diminutos deja vues) todos esos cientos de minutos que por ahora se niegan a aflorar para platicarme como fue que me hallo, donde ahora, definitivamente me encuentro.
En mi mente, veo el rostro pecoso de Nicole alrededor de las seis de la tarde. Luego las caguamas frías de dos en dos (por aquello de la hora feliz), el incesante calor del otro lado de la ventana, Gimmie Shelter y Wild Horses retumbando en el ambiente-background. Después el aire acondicionado fluyendo por las rejillas. Los planes de acampar en Saldamando… y luego todo se enrarece y desaparece en el túnel de todas mis inconsciencias.
Pero bueno, eso es la parte perdida, semi-olvidada. Ahora, ya despierto, veo que estoy en el quinto piso de una palomera, en un minúsculo cuarto. Como puedo, me siento sobre el borde del camastro, una corriente fresca me termina de despertar. Me asomo por la ventana, la luna llena exactamente en el cenit, el centurión de Orión girando hacia el oeste; y hacia abajo, a lo lejos las luces encendidas del estadio. La cama ocupa casi el espacio total, el buró con un Judas Tadeo iluminado con la pálida veladora a punto de extinguirse. Una pequeña cuna completando el resto de los cuatro metros cuadrados. Y en la pared junto a la ventana que da al balcón, una pequeña maceta con una planta de cáñamo indio, sativa, preciosa verde, sana, respirando de la brisa fresca que llega desde el mismo mar.
Nicole yace acurrucada, la blanca piel de su cuerpo desnudo atravesado en el pequeño camastro. Me acerco a oler su respiración, tan suave que apenas la percibo. Al menos estás viva y es un temor menos, de entre esas tantas horas, que trato de acomodar en mi mente. Viva te dejo, y viva no te vuelvo a ver.
Atranco suavemente la puerta de tu palomera.
Sigilosamente con los pasos flotando en la madrugada, bajo al cuarto, al tercero y en el segundo piso me detengo a leer el los mensajes-grafitis, en la pared izquierda del último pasillo antes de bajar al primer nivel. Me llama la atención la respuesta de Tramos que reclamando territorio cruza en rojo la placa original de Killer, termina acentuando su firma con una omega: ω.
Ese mensaje no es para Tramos, lugarteniente de los Sangres, del Johnson.
Es para mí, y es una advertencia de Killer: Nicole va a desaparecer antes del amanecer del sábado y si no identifico los mensajes frente a mí, su muerte será solo una nota más en la nota roja del lunes y un número más en las estadísticas de la violencia del fin de semana.
Enciendo el carro, salgo silencioso del estacionamiento de los condominios y al ritmo de Kashmir, sorteo todos los vericuetos hasta llegar al boulevard.

3 comentarios:

Esquina Tijuana dijo...

amigoow! genial esto que leo, en verdad me agrada tu narrativa [jaja ya parezco taller literario institucional]...
gracias por echarme una visitadita allá en mi esquina, siempre bienvenido, ya sabes.
un abrazo

Bencomo dijo...

nombre...gracias a ti, siempre es un placer leerte...

un abrazo

Petapia dijo...

Que milagro mi buen, exelente narrativa como siempre, reportate no seas gacho, de ves en cuando hay que visitarnos, los años pasan y cuando menos lo esperemos vamos a estar mas viejos y no habremos tenido tiempo de advertirnos nuestras bien ganadas canas, hermano un abrazo y como siempre, que las bendiciones del supremo no se alejen de ti, espero saber de ti pronto.
Pedro Tapia.