viernes

tu nocturno

No pretendo abstraerte de la noche

tu vida
tus sueños

es que el solo pensar en perderte

sin haber compartido
tus labios
tus cobijos sagrados
el calor de tu pecho
tu respiración…

amor distante
temor cercano

dolor.



poemas viejos, amarillos

Las mudanzas son como la vida, te detienes un momento y esculcas todos los rincones de tus posesiones. Estos textos me los encontré entre todo lo que he acumulado a traves de los años, curioso, siento que los escribí ayer, sin embargo son de hace mas de veinte años.

1

Dame
los silencios ocultos
en las nubes rojas del atardecer,
y tus dientes blancos.

Dame
la huella en los caminos largos
llenos de polvo espeso
y barro

Dame
las arenas blancas y saladas,
los esteros secos
las bahias negras

y del callado amanecer

dame el recuerdo.

2

La presencia es sendero
la ausencia
dolor.
Sendero de espontaniedades bañadas de rocíos matinales.
Dolor
de frases quebradizas,
estrelladas.

Sendero de vivencias
azul cielo,
palabras completas
azul mar.

Senderos paralelos que se alargan
que se extienden sin abrirse
que se mueren sin cerrarse.

La presencia es camino,
la ausencia
temor.

3

En mi soledad
los caminos son historias,
de silencios
rocas,
de sonrisas
vientos.

Porque en mi soledad no caben mas recuerdos,
y mis libertades se trazan en profundidades
oceanos vanos
universos fríos
surrealismos mudos
nada.

La soledad es un nudo en la garganta,
en el alma y despertar soñando.
Es querer atrapar la realidad
y estrangularla,
es pisar tiempos
y ver tiempos pisoteados.

Olvidar,
ser olvidado.

Tu y mi soledad se contradicen:
no existes
mi soledad es mi universo
naces
mi soledad se desintegra.

En mi soledad
las rocas siguen sin moverse.

4

Tengo la capacidad de amarte hasta el ocaso,
cuando el sol revierta su mirada,
y las sombras, calladas
se repartan.

Los colores se apagan con la noche
y los rostros
mudos
se reencuentran.

Tengo la capacidad de esperarte hasta el invierno,
para trazar juntos
senderos en la lluvia
para soñar juntos
la mañana.

5

Me quedó el sabor a arena húmeda
y salada,
me quedó la noche
disfrazada de murmullos,
disfrazada de alegrías,
de silencio entre palabras,
de presencia.

Me quedó el sabor
salado todavía de tu ausencia
y la música suave del recuerdo
me quedó el silencio
todavía
y la garganta seca.

Me quedaron versos y figuras
y poemas blancos
poemas ahogados
amarillos,
poemas secos,
frescos
incoherentes.

Poemas dulces con ideas inconclusas
poemas lisos
de infinitas dimensiones
que se pierden el la noche de los tiempos
y estallan
bañando el planeta de demencia.

Me quedó la vista clara
y el sendero
y el deseo inmenso de avanzar.

6

Me expando con la brisa matutina
de los caminos marinos
y con el palpitar callado
del vuelo de tu sonrisa.

Con el sudor salado
de jornadas verticales
en campos extranjeros,
con palabras escritas
que rompen soledades
en multitudes sedientas de existencias minimizantes.

¿quien reza entre concreto?

yo
porque mi libertad se quedó en los matorrales
y porque mi libertad con remiendos
es sumisa

los caminos se enchanzan
mi libertad se muere

7

Aquí me encuentro
sentado en el presente
con mi libertad rota,
pensando en un futuro que no sé
si para mi existe.

Muriéndome el pasado
olvidándome tu rostro
viviendo de recuerdos.

Aqui me encuentro
luego entonces
existo.

miércoles

tu matutino

No pretendo robar la pasión que derramas
por el amanecer

cuando al suave sabor del café
(acanelado)

recorremos los extensos chaparrales del sur
(rumbo a nuestra playa)

(la que nunca hemos compartido)

y a pulmón destrozamos las notas de Plant y de Page.

Solo quiero robarte un segundo y

ver el cielo estrellado a traves del alma cristal de tus ojos


Llenarme completo solo de tí

alcanzarte y gritar al desierto

justo el coro de un himno que debiera haberse escrito

hace cuatrocientos treinta y cuatro años

a las once y media de la noche...

...all my love...

...all my love...

...all my love...

...to you.

domingo

nueve

Me despierta un dolor agudo y penetrante, algo se cuartea en mi costado derecho. Contengo la respiración, palpo temerosamente los huesos de las costillas busco fallas-grietas-resquebrajaduras, me revuelvo entre los periódicos mojados, arrugados y las transparentes cobijas; buscando sangre o algún líquido capital que me revele si es que estoy deambulando en un sueño. O si las risotadas que veo rebotar en las puertas de hojalata de la farmacia y que se filtran de entre todos los colores y las vibraciones de la avenida, son acaso las mismas de quien te busca para cercenarte el cuello.
Aprieto la cabeza contra el concreto húmedo y busco entre toda esa amalgama de sonidos-ecos-resonancias, el timbre que iguale la voz de tu ejecutor. La frecuencia perfecta, la misma amplitud del grito del callejón. Siento y escucho el ritmo de sus pasos doblar dos cuadras arriba y desaparecer al detenerse por un segundo y apoyarse sobre alguna alfombra. Ya tengo grabado en mi hipotálamo el tono puntual que el peso de tu homicida, desordenadamente balancea, sobre sus grotescas botas de cocodrilo.
Como puedo me levanto, el dolor me sigue comiendo el vientre. Como si a cada movimiento, un cuervo negro, un monstruo de Gila, me devoraran el hígado en pedacitos. Avanzo a tientas y tropiezos de rodillas sangrando, arrastrando el abdomen y de nuevo a palpas y mas caidas; arrítmica comedia de errores hasta biológicos.

Un ebrio transeúnte me escupe la cara justo al doblar la esquina, pierdo la endeble vertical, y resbalo hasta el otro lado de la banqueta, golpeo de frente contra el oxidado tambo de los desperdicios de la cenaduría. Cuento exactamente noventa y ocho segundos de inconsciencia. Me despierta la lengua rasposa de un pulgoso galgo lamiendo el vómito de mi pescuezo.
Avanzo dolorosamente, de nuevo tratando de darle sentido a todo este costal de huesos, sangre y tendones que cargo bajo la dermis de mis sub-historias.

Ya lo siento cerca, ya lo miraré a los ojos y podré descubrir dentro de sus viles inclinaciones el plan imperfecto de tu sacrificio. Ahora sé que son nueve sus víctimas y sé también que si no alcanzo a llegar, tu serás la décima sacrificada.

sábado

caparazón de caguama.

Increíble. Doy la vuelta en la última glorieta después de pasar la cancha de la iglesia. Me topo de frente con una imagen que parece tomada del noticiero de las 10. Una vivienda en Kabul o Kandahar justo luego del paso de un "platoon" yanqui o la escena de un caserío palestino en Gaza, después de un ataque judío.
Detengo el vehículo y preparo la cámara, tengo el ángulo perfecto, el sol ya oculto detrás del caserío dejando en el ambiente una capa naranja-cálida. Al frente de la casa de la derecha mi vecina, una mujer mayor tranquilamente tejiendo, los vibrantes colores amarillos del estambre agregan belleza a la placa. Dos niños patean despreocupados una lata de aluminio. Sentado en la acera, frente a la casa de la izquierda, el albañil-velador de la obra de la esquina empinando una cerveza y observando a los plebes. Enmarcando el centro de la toma, la puerta de aluminio destrozada, descubriendo un patio atiborrado de muebles, papeles, cristales, ropa, enseres. Las ventanas con los vidrios rotos, algunas de las rejas despegadas de la base. Manchas de sangre en la puerta de la entrada.
Me quedo un instante y saboreo la escena, la belleza de la fotografía que estoy a punto de plasmar.
En este momento mi vecina detiene su tejer, voltea y me dirige un

–Buenas tardes vecino, ¿que agradable brisita verdad? –

Apago la cámara y la guardo debajo del asiento. Nunca grabo este momento.
Una hermoso atardecer de Julio en un barrial, como muchos, de mi querida Tijuana.

lunes

ocho

¿Acaso es que eres solo la enfermiza obsesión que gravita en la base de mi cerebelo? ¿O aquel recuerdo moribundo, podrido, que envenena ya todas las conexiones que brotan de mi razón? ¿O la loca ansiedad que nace en la madrugada y que para el ocaso es ya un gigante insoportable que hay que lapidar lanzándolo al sintético enajenamiento? ¿O acaso la apetencia carnal que descuartiza mis genitales y que se queda pegada a las manchas hediondas de la tela en mi bragadura? ¿O la hermosa sinfonía que inmortalizo y esculpo con trozos de latas de aluminio sobre el asfalto? ¿Qué no ven la partituras angelicales plasmadas entre el vomito y las huellas frescas de las ratas en las alcantarillas? ¿Cómo expreso la realidad de tu existencia? ¿Cómo te encuentro en medio de este caos infinito de prodigiosos poemas demenciales? ¿Cómo les explico a los transeúntes que no soy un loco? Que tú existes. Que la única manera de encontrarte es arrastrándome y hundiéndome en el lodo y en la suciedad, es asimilar el lenguaje de los animales callejeros, de los veladores, de las putas, de las ratas, de los gusanos que nacen entre los desperdicios. Que oliendo las manchas aun tibias de los orines en los paredones pueden darme la pauta, la ruta de tu verdugo.
¿Cómo los convenzo que no soy un demente desequilibrado natural del centro? ¿O un nómada esquizofrénico del primer cuadro?

domingo

siete

Los camerinos se encuentran en el mismo privado-mingitorio-letrina. Un largo y estrecho corredor de no más de tres metros de ancho que alguna vez fue el callejón que dividía el edificio de la limpiaduría y el del bar; hoy el bar ocupa los dos inmuebles.

Todavía con la imagen del monstruo en el medio de tus omoplatos, temblando empujas las pesadas cortinas de la entrada del bar. Seis pasos hacia la barra, doce segundos más y un gran sorbo de whiskey barato que se desliza por tu garganta, sientes el pecho caliente y las plantas de los pies hundiéndose en la alfombra. Te extraes de la dimensión del desasosiego y te lanzas al espacio de la complacencia, de la gratificación, el vicio soberano de todas tus subconsciencias.

Te diriges al tocador. Desde segundo retrete casi al final del pasillo puedes ver dos sombras meneándose por debajo de la derruida puerta de madera. Movimientos acompasados junto a frases desordenadas, bañadas en transpiraciones escarlatas, cerúleas. Las pestilencias sintéticas de la quema de rocas amarillas, el mercurio explotando al calor de los desquiciados y rapados montes carnales que se restriegan entre si. El resabio de la desesperación en la baba que se vuelca alrededor de las dos bocas que se muerden, labios y lenguas que se relamen todos sus escondites, senos aplastándose, bragas bañadas en el líquido que chorrea desde el fondo de las paredes de las maltratadas vulvas.

Abres la puerta. Los cuerpos se separan y te petrifican con su mirada vidriosa. Bocas abiertas, pómulos enrojecidos, residuos de líquidos pastosos resbalando por las comisuras labiales, respiraciones entrecortadas, arrítmicas, manojos irregulares de cabellos mojados adheridos a rostros. Cuellos estampados con marcas desemejantes, azul- bermejas, en forma de corazones desnivelados. Dorsos rasgados, encenagados con la mezcolanza de sangres, sudores, secreciones.

Cierras la puerta. Acurrucas en el rincón todas tus aflicciones y esperas en silencio el ritual con toda su luciferina parafernalia.

Manos flacas, hábiles movimientos, cajón mesa, oscuro privado, papel estaño, polvo café oscuro, jeringa aguja, sangre seca, vieja cuchara retorcida, candela consumida hasta una bola de sebo deforme, cinturón negro, ácido y agua.

Enciendes la candelilla y la cuadras bajo el metal ovalado, ya hierven las medidas exactas, se uniformizan. Burbujea ante tus ojos. Lloriquea al ascender al vidrio graduado. Estás lista ahora para violar de nuevo tu cuerpo con la borrachera de tu sub-realidad. Aseguras y aprietas el cinto sobre tu antebrazo izquierdo. El flujo disminuye. Tus venas expanden, despiertan. La aguja penetra silenciosa tu vena mayor. Se detiene. El embolo retrocede y ves tu sangre revolotear dentro del pálido cristal. Una curiosa danza exasperada donde nacen formas diminutas de colores difusos. El embolo avanza e inyecta el resto a tu torrente.

Uno y medio segundos y ya violan tu masa encefálica, ya digieren tus receptores y recorren tu alma desde el núcleo hasta la corteza.

Viene entonces la conciliación con la naturaleza misma, vives y tus dolores flotan; se elevan y se cuelan por entre las rendijas de las láminas oxidadas de la azotea. Lo último que alcanzas a ver, antes de escurrirte hacia tu firmamento. Es una lengua gigantesca que se incrusta en tu boca, baja por tu garganta y sacuden las paredes internas de todos tus intestinos.

Es apenas martes, el miércoles te alcanzará tu asesino.

sábado

seis

Ni siquiera me fijé en el gordo sentado al final de la barra. Guardé el cuaderno con los últimos garabatos de la noche al tiempo que mataba el último chisguete de cerveza caliente.

Podía oler en el ambiente del bar los nauseabundos accesorios de la muerte. Tenía que buscarte y prevenirte.

Sentí en el aire su presencia.

Si tan solo pudiera hurgar entre los pensamientos de quienes transitaban ese viernes por la noche. Como manada de bestias salvajes arrastrando sus ineficiencias, con la vista clavada en las deformes ranuras del pavimento. Deteniéndose de tanto en cuanto en los bebederos que palpitan y respiran sus luces rojas desde el fondo de agujeros siniestros; salivando la estampa de los cuerpos jóvenes con sus anchos perniles, de huesos orondos e infantiles miradas; con el coraje escondido entre sus pechos salitrosos, audaces y desiguales.

Si tan solo supiera como es tu rostro y cual el de tu asesino.

Crucé la plaza, doblé hacia abajo en la esquina. Dos puertas y descendí al abrevadero tácito del vecindario.

Cuatro escalones y me detuve a la entrada del socavón, escudriñando en el aire algún hedor definido, un sonido, alguna mirada que te vendiera; algún mensaje entre las psicodélicas humaredas que me gritara tu nombre o el color de los ojos de tu verdugo. Un trozo de conversación que se filtrara y brotara de entre las miles de frases cortadas y los cientos de fugaces pensamientos e ideas que rebotaban a ritmos anti-concordantes por debajo de las mesas, por detrás de la barra y a través de los espejos; una imagen que viniera y me susurrara tu presencia. Empatar en mi mente la esencia de tu transpiración, descollando de entre todos los olores que me queman las narices. Costras secas de pachuli- aqua velva-aramís restregándose contra briznas piratas de poison-dior; todo al ritmo de redemption songs. Si tan solo pudiera distinguir el aroma del llamao, aceite que te compraste en la botánica del callejón y que con fervor untaste en todos tus íntimos escondrijos.

Ningún signo terrenal.

Observo con detalle las lentas estelas de dulces delicados-cannabis-faritos- camels-raleighs-marlboros-alas-bensons que se elevan, se entrecruzan se retuercen y envuelven la luz azul-bermeja de rincón; los húmedos mapas que se forman alrededor de sobacos fumantes; la cerveza que se evapora del fondo de caguamas oscuras y se confunde con el olor picante de los mingitorios, otra vez al fondo del tugurio. Vaginas y testes jadeantes, carcajadas…

Ninguna señal.

Salgo y me agrego a la manada; ahora el montón tuerce hacia el oeste.

Quizás en el siguiente bebedero descubra una mancha en las paredes que me describa los huesos y la dermis de tu figura.

lunes

cinco

Todavía no lo conoces, pero él te va matar el miércoles en la madrugada.

Su gordo cuerpo se desliza por la avenida, incrustado en el asiento de su intocable vehículo-oficial-negro. Con la mano izquierda sostiene el volante y con la uña larga del meñique derecho inhala la fracción de un medio cuarto de coca al ritmo de los tambores de Inagadavida. Siente un hormigueo en la entrepierna y una insignificante erección.

Viernes, nueve de la noche.

Avanza rumbo al norte, llega a la segunda luz, vira hacia abajo rumbo al río, avanza media cuadra y entra al estacionamiento del banco, al ir subiendo por la estrecha vía puede ver claramente los sonidos de los tambores rebotar y resbalar por el caracoleo ascender. Llega hasta el tercer nivel. Estaciona justo al lado de una guayina verde limón. Abre la portezuela, apea el lado izquierdo de su pesado cuerpo, voltea a ver al guardia del estacionamiento al tiempo que se faja la escuadra plateada con cacha de hueso, en medio del final de la espalda.

Se dirige a las escaleras. Se detiene un instante al borde del primer escalón. Observa una pequeña mancha de lodo en la punta de la bota derecha. Se sostiene del barandal y talla la punta contra la tela del pantalón. Se endereza, se pasa la mano derecha por la frente. Acomoda un par de cabellos rojicanos que se habían prensado contra la sien, formando un ying-yang imperfecto. Saca un Camel sin filtro del bolsillo de la camisa negra, lo coloca entre sus resecos labios, mordisquea la punta y escupe unos cuantos tabacos. Con los dedos regordetes-sudorosos le redondea la punta y lo coloca de nuevo en la boca. Lo enciende y aspira hasta consumir un irregular medio centímetro de la punta. Jugueteando con el humo, la boca y la lengua, exhala un halo perfecto que se queda flotando en medio del descanso del segundo nivel.

Sale a la calle segunda, camina rumbo a la avenida, veintiún pasos y ya pasa por la panadería. Con la pierna derecha y con fuerza, patea el bulto que se acurruca en lo oscuro contra la cortina de acero de la tienda de curiosidades; creció golpeando y se va a morir golpeando. Su cínica risotada ahoga el gemido que sale de entre los cartones-plásticos-periódicos-cobertores raídos, malolientes.

Catorce pasos más y atraviesa la avenida, dentro de su regordeta garganta saborea un espeso gargajo y lo escupe al zapato del enganchador mas joven de un grupo de tres que buscan convencerlo que entre a la función erótica que va iniciando en el F-Zoo. Los tres le abren el paso en silencio, presienten a donde se dirige.

No es carne vieja lo que su odiosa mirada busca esta noche.

Llega a la esquina, la puerta del bar está abierta. Entra, se detiene por veintiocho segundos para acostumbrarse a la oscuridad y se dirige al final de la barra. Se acomoda en el rincón desde donde tiene una panorámica perfecta de todo el bar, la entrada principal y el acceso al baño de las mujeres. Aspira profundamente a través de las boludas nostrilas y saborea el olor picante de los orines mezclados con restos de óvulos errantes, aceite de pino, cloro y esperma seco. La bartender, sin preguntar le coloca un whiskey rojo en las rocas sobre una servilleta roja y se aleja. Tu asesino enciende otro Camel. Ahora el halo perfecto flota y brilla rojo sobre la entrada a los mingitorios.

Espera y observa.

A las nueve con veintinueve de la noche aparece una mujer flaca con una pañoleta roja atada en la cabeza. Se dirige hasta el rincón de la barra y recoge las llaves del auto de tu asesino sin dirigirle una sola palabra.

Todo sincronizado, como una orquesta surreal con músicos salidos de algún poema de Bukowski.

Dieciocho minutos después y otro whiskey rojo, aparece de nuevo la dama esquelética, y sin dirigirle la mirada a tu asesino le regresa las llaves del auto. Este se levanta, avienta un puñado de dólares sobre la barra, se dirige a la avenida. Se detiene por veintiocho segundos para acostumbrarse a las luces de neón de la avenida y se dirige al aparcadero, arrastra la gordura de su cuerpo por las escaleras blancas, se detiene en el segundo nivel a tomar aire. Llega al tercer nivel casi sin aire en los pulmones.

El espacio junto a la guayina verde limón esta vacío.

-¡ Hijos de su soberana puta!

Sus pensamientos le duelen al estrellarse contra las sienes. Un milimétrico-filoso-trozo del último molar derecho se quiebra ante la presión de las cuadradas mandíbulas de tu asesino. La ira le expande la rabia desde el fondo de la corteza cerebélica y le revuelve las curvas de los intestinos.

Dos horas con cuarenta y tres minutos después, dos desvelados paramédicos de la cruz roja bajan diecisiete metros al fondo de un barranco. Con dificultad abren la cajuela del auto robado de tu asesino y descubren los cuerpos inertes- amordazados-callados- silenciados-rasgados-despojados de toda inocente luminosidad, desbaratados trozos de sonrisas y miradas olvidadas, huesos y tendones sin lógica anatómica.

Fotografía dantesca de pasajes bíblicos que en escenas anti-cristiánicas, vomitan injusticia divina.

Brittany Garza, siete años.

Pebbles Romo, diez años.

Arrebatadas hace ya treinta y siete días del barrio de Chacarita; de un caserío de inmigrantes nicas pegado al rincón más negro y apestoso del estero.

Siete mil setecientos veintinueve kilómetros al sur-sur-sureste.

Una rara transacción fallida en la cadena de suministros globalizádicos del monstruo pedófilo-pentacéfalo del nor-noreste.

cuatro

No notaste la mirada que te seguía desde el callejón.

Una sombra arrebujada en un rincón del techo de la limpiaduría, abre los ojos al oír el metal de las rejas de la vecindad. Retuerce su cuerpo escuálido, correoso, formado por pedazos flacos de carne seca, sostenidos por poderosos tendones sobre huesos largos que saltan en cada unión. Predador perfecto con los músculos tensados, sin gramo de grasa, nosferato vil con enorme y deforme nariz, tapizada de miles de sensoriales raíces que puede oler la sangre melosa que apenas se está despegando de las paredes internas de tu maltratado útero.
Rapáz hiena, ágil silueta oscura, un millón de maldiciones acumuladas en toda su pálida piel.

Desde la cornisa, asoma y dirige la mirada de cazador furtivo, impecable, hasta el pequeño lunar que nace en la base de tu cuello, justo bajo el lóbulo izquierdo, recorre y disfruta todos sus detalles, cuenta uno a uno todos los vellos de su alrededor, observa con curiosidad un singular vello arqueado que parece nacer del centro de la pequeña areola pigmentosa; su torcida mente lo saborea y siente un oleaje espeso de saliva verdosa nacer de entre sus fétidos molares y bajar a su voluminosa laringe. Al tragarla se eleva la mantecosa gargantilla de piel, con la negra cruz invertida que le aprieta el pescuezo.

Un salto sobre-mortal como de nefando saurio que atraviesa, trans-dimensiona la realidad y en un nano-instante está olisqueando ya la base tu cuello, sintiendo tu vellosidad rozar su húmedo hocico, intenta acercar los labios a tu piel y en ese momento aceleras el paso y el engendro infrahumano solo alcanza a sisear en tu oído un par de sílabas incoherentes.

El esperpento transluciente languidece entre las luces rojas que rebotan en el pavimento y regresa de nuevo a tu hipotálamo, de donde nunca debió escapar.

Paramnético déjà vu, déjà senti...

...recoges tu bolso del suelo y continúas tu camino al bar. Al ir entrando volteas hacia arriba y ves una a una las letras rojas luminosas...

dos

-¿A quien le importa que hoy cumplo méndigos veintitrés años? - Piensas al voltear a ver la hora que parpadea digitálica sobre el cajón de leche que hace las veces de buró, e ilumina palpitante la pálida estampa de San Judas Tadeo. Hora de empezar otra jornada de sobrevivencia, de buscar la manera de seguir engañando a tu alma y a todas tus generaciones. Te duelen todos los huesos con sus resquebrajaduras, te enderezas y te sientas en el borde de lo que queda del colchón, escuálido montón de alambres y resortes con restos de una cubierta que algún día lucía brillante, floreada.

A un lado del San Judas, la concha de abulón atestada de restos de cigarrillos aplastados, deformes. Con historias derretidas entre su nicotina. Y más atrás, recargada a la pared, la foto de Lucía con su vestido blanco de comunión y abrazada por tu madre. Las dos con ojos de melancolía, contándote todas las historias que te cuentan todos amaneceres cuando te despides de ellas antes de desvanecerte en tu cotidiana inconsciencia. Las dos Lucías que llevas tatuadas en el corazón.

Abres tu bolso y lo vacías sobre el colchón. Un billete de cinco dólares roto de una esquina, otro de a veinte rayado en tinta roja con el número 666999 y dos de a dólar hechos bola, unas cuantas monedas, dos condones, el tarjetón de la clínica, un labial carmesí, rímel, polvera, un encendedor de plástico transparente, un chicle de la flecha partido a la mitad y cuatro cigarrillos aplastados.

Enciendes uno de los cigarrillos y aspiras profundamente la primera bocanada, sientes como si una inyección de adrenalina te sacudiera las sienes. Estás lista para iniciar la rutina de todas las noches.

Ahora a limpiar la última historia, la de ayer. Un baño que borre todos los olores-sabores-recuerdos de anoche. No hay pecado que el agua caliente-hirviendo, el vapor y bastante espuma de jabón de olivo no limpie. Restriegas, como queriendo borrar los rastros de las transgresiones a tus barreras hétero-químicas-núcleos-expuestos todos los rincones de tus despellejadas paredes. Como queriendo desaparecer las marcas de aguja entre los dedos de los pies, los tatuajes que te recuerdan cada día cuan frágil existes, cuanta ayuda necesitas de todos los santos. Tallas fuerte hasta enrojecer la piel con un viejo estropajo que cada día está más ralo-decrépito-desvencijado. Estos trece minutos con diecinueve segundos bajo el agua cálida de la regadera son los únicos momentos íntimos-personales-tuyos, que disfrutas en conciencia todas las noches.

Después, a pintar lo limpiado. Te vistes descubriéndote frente al espejo, tus costillas saltan y forman unas tímidas medias-lunas-paréntesis-transversos, las observas detenidamente y se te vienen a la mente los alambrones de tu colchón. Pasas tus dedos por entre los cabellos húmedos, recorres el borde inferior de tus párpados, observando el verde del iris de tu mirada. Una suave curva y dibujas tus labios con el índice y el cordial, la barbilla, el cuello y bajas por el esternón contando tres huesos después de la clavícula para sentir tus pechos-pequeños-curiosos. Recorres sus obscuras areolas y bajas y hundes el dedo meñique en el ombligo, sientes una pequeña cosquilla. La palma de tu mano palpa el grueso-crecer de los vellos de tu cañada-pubis al aspirar profundamente y sentir la humedad natural de tus pasiones extraviadas. Ya enterradas-enclaustradas en el fondo de tus recuerdos. Te esfuerzas por lucir bella-hermosa y te convences, eres la beldad del bar infierno de las marionetas. Estás lista para robarle una noche más al imperio de los túneles-cavernas-socavones-grutas.


Luego viene la oración,
enciendes la veladora y oras, como todas las noches antes de salir:
– “Apóstol gloriosísimo de nuestro señor Jesucristo, aclamado por tus servidores con el dulce título de abogado de los casos desesperados, pide por mi para aliviar la gravísima necesidad en que estoy, tu que eres el primo hermano de nuestro señor Jesucristo, glorioso apóstol san judas Tadeo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amen” –

Atrancas la puerta por fuera y escondes la llave en el macetero. Te asomas por el barandal y ves al vecindario completo, y al del lado y al de más allá, cobran vida todos los de la cuadra, te detienes un momento a escuchar sus sonidos, ver el ritmo de sus luces, sentir su citoplásmica respiración...

...conversaciones cortadas, estrobóticos tonos azules, gritos-chavales, orgásmicos-rituales, risas-calles, cuerpos-talles, pasos-cantos, humo que flota en las esquinas, miradas predadoras que acechan desde la altura del techo de las vecindades, oraciones que no acaban de completarse, el siniestro ecosistema de la colonia de los aciagos advenedizos...

-Cuídese mi Karla, que Juditas me la acompañe- escuchas a doña Minga al tiempo que te toca la frente con la señal de la cruz entre las falanges-reumáticas-torcidas-dolorosas, el blindaje que buscas todos los anocheceres para librar los ataques sinuosos-disfrazados del amo de los callejones sombras-obscuros-tinieblas.

Minga cierra la puerta de metal. Ahora estás sola de frente al callejón y a veinte metros de las luces de la avenida. Apresuras el paso, el eco del golpeteo de tus tacones rebota contra las grafiteadas paredes de la limpiaduría y te despierta el hipotálamo, la segunda oleada de adrenalina de la noche inunda tus endoplásmicos ribosomas y te lanza a la conquista de la obscuridad. Libraste a los demonios del callejón, creces tu estatura, eres dueña del resto de tu jornada.

Justo al llegar a la esquina y al doblar hacia arriba, sientes en tu oreja izquierda un helado susurro, una especie de soplo gargantuoso que hace que los vellos de la base de tu cuello se paralicen y te congelen los pensamientos. Dos metros más y estarás a salvo, estiras los brazos y te aferras a la espalda de quien sea, alguien vivo con sangre caliente que asosiegue todos tus demonios internos. Gritas con todo el miedo que te sale del centro de tu pecho, pero no te escuchas, solo alcanzas a balbucear unas cuantas silabas disonantes.
El hombre voltea molesto-extrañado-sorprendido y a punto de lanzarte un cúmulo de improperios; al ver el pánico que asoma en tus ojos solo atina a hacer la señal de la cruz, santiguarse amén.
- Dios te salve maría, que nuestro señor Jesucristo se apiade de tu alma...

Recoges tu bolso del suelo y continúas tu camino al bar. Al ir entrando volteas hacia arriba y ves una a una las letras rojas luminosas,

B-A-R
I-N-F-I-E-R-N-O

tres

Archivo número doce cincuenta y cuatro, nueve guión cero treinta y seis.
La historia de tu vida, números clasificar lo que queda de tu muerte.

Nombre del difunto: Karla N.
En realidad nadie por acá conoce tu nombre verdadero, cuando llegaste adoptaste la identidad de un pasaporte local que cambiaste por veintitrés minutos de un rápido-acostón-sexo-sin-palabras. La fotografía en el pasaporte no se parecía nada a ti y sin embargo al tenerlo en tus manos te convertiste en Karla Guadalupe Resendiz Marquez.

Sexo: Femenino.
Tu padre siempre quiso un varón y cuando maltrataba a tu madre le reclamaba tu existencia, culpable siempre de haber nacido desde el principio.

Raza/Nacionalidad: mexicana.
De todos los tijuanas-culichi-mazatleca-cachanilla-paceña-mexicana.

Edad: Entre los treinta y los treinta y cinco años de edad.
Acabas de cumplir los veintitrés y tu cuerpo se adelantó a tu biología, tus senos perdieron el contorno, por tu rostro se evaporaron todas tus inquietudes, todos tus sueños; y como una hoja de abedul en el otoño tu árida piel perdió su brillo, avejentó siete años en catorce meses.

Fecha de defunción: Diciembre 23 a las 3:45 A.M.
El día después de tu cumpleaños.

Lugar de la defunción: Avenida Coahuila 1649.
Justo al lado del puesto de tacos del Romualdo, enfrente de la entrada del bar Infierno. Un perro flaco-pulgoso-roñoso lame restos de tu cerebelo de entre las hendiduras del concreto de la banqueta.

Examen post-mortem: Cadáver del sexo femenino, piel morena clara...
Tu hija Lucía heredó el color de tu piel canela.

...sujeto presenta señales de malnutrición temprana...
Comías como por inercia, si alguien te acercaba un par de tacos, o Minga te llevaba recalentado pozole, o Susano tu vecina un trozo pastel de queso que preparaba cada semana. De otra manera matabas el hambre con alcohol, nicotina y crack.

Estatura: hasta la parte superior de lo que se recuperó del cráneo es de 1.62 m... Peso: 32.352 kilos. Rigor mortis: completamente desarrollado... Livor mortis: rojo-azuloso en presentación, no cambia color bajo presión manual... Uñas cianóticas... Extremo traumatismo craneoencefálico... Exposición de masa cerebral... Fracturas faciales múltiples...

Lo que queda de tu cuerpo yace en la plancha numero dos.

Hicieron una incisión profunda justo debajo de los senos subiendo hacia las axilas en forma de una gran U y despegaron toda la piel-carne-grasa de las costillas y como hábiles carniceros lo levantaron, como si fuera un pedazo de manta-cobija-tapete y te cubrieron el rostro con todo tu mismo pecho.

Un bisturí en manos apresuradas abrió abdomen y extrajo todos tus órganos, alguien comentó acerca del tamaño de tu hígado. Enseguida con unas pinzas-tijeras podaron-cortaron una a una todas las costillas a ambos lados de tu cuerpo, y levantaron tu tórax para sacar el corazón y los pulmones, pecho abierto como díptero ominoso; donde vivía tu corazón ahora está vacío y luce como gruta rasgada a tirones violada, mutilada.

A un lado, dentro de una bandeja de acero: irónico, tus órganos vitales escurriendo sangre negra y hiel.

El conserje, que lleva ya trabajando doce años en el semefo, persigna tu cuerpo desde el aire.

- Dios acompañe a tu alma niña –

Le viene a la mente la mayor de sus dos hijas quien ya va a cumplir veintidós y acaba de tener a su tercer nieto.

Apaga la luz de la sala, cierra la puerta y deja lo que queda de tu cuerpo de nuevo en la oscuridad total.

miércoles

uno

Ya estuvo bueno.

Tengo que sosegarme, sentarme y contarte antes de que se me olviden, todos estos sueños salado arenosos de las marismas frías del norte y los húmedos carnavales del sur. Sueños, recurrentes siempre todos los octubres y todos los noviembres. Cuando añoras la cálida arena negra y el jugo de pipa con guaro campesino de allá del sur, bien al sur, en Boca Barranca. Sueños que regresan al sentir el fresco de estas costas califórnicas, oro amarillenticas, justo el día de tu cumpleaños.

Se mete el sol detrás de las islas frías de enfrente, con sus grises colonias de lobos, focas, elefantes y sus guturales sonatas; e impasibles pelícanos vigilánticos con su elegante vuelo coqueteando con la espuma blanco amarillenta. Las playas del pacífico norte.
La neblina espesa, entera, anti-desvanece detrás del nacer de las olas y con la gracia de una manta empieza a deslizar silenciosa por los humedales del estero negro pegada al cerco de metal. Se extiende muda inexorable y sube por la avenida de todas las colonias, de todos los territorios, de todas las esperanzas. La luz de la luna, al penetrarla crea formas como de espigados fantasmas entre los riscos de los miradores y de las altamiras; luego empieza a bajar por todos los cañones perdidos, de las flores, de los Juan soldados, de las soledades. Y termina por detenerse justo afuera de la iglesia Ethel, a un lado de las Adelitas, enfrente del bar Infierno. Como si una gigantesca barrera de millones de guerreros invisibles se hubieran apretujado por todos los rincones desde San Ysidro hasta la iglesia, para detener su avance.

Ejército de necesidades, de arrepentimientos, de rezar todos los primeros de noviembre por sus santos inocentes, y dormirse otra vez conteniendo la rabia de no poder regresarse. Sin duda ejército trashumante, que se multiplica a cada minuto con las almas y los pecados de todos esos cuerpos jóvenes-inocentes-firmes-maduros-flácidos-viejos-secos que por años-lustros-siglos han habitado estas laberínticas madrigueras-cuevas-cuartos-vecindades; que corren el diario veloces y hambrientos por las causas desesperadas de todos los días, como inconscientemente buscando llegar a la orilla del risco y saltar buscando despegar volar.

Escapar.

Luego entonces, la infinita mitad de un instante y sientes la frialdad del concreto. Tu cráneo se pulveriza, implosiona; y lo último que alcanzas a ver es una araña patona disolverse en tu córnea-iris-cristalino-esclerótica-completita.

Morir.