domingo

nueve

Me despierta un dolor agudo y penetrante, algo se cuartea en mi costado derecho. Contengo la respiración, palpo temerosamente los huesos de las costillas busco fallas-grietas-resquebrajaduras, me revuelvo entre los periódicos mojados, arrugados y las transparentes cobijas; buscando sangre o algún líquido capital que me revele si es que estoy deambulando en un sueño. O si las risotadas que veo rebotar en las puertas de hojalata de la farmacia y que se filtran de entre todos los colores y las vibraciones de la avenida, son acaso las mismas de quien te busca para cercenarte el cuello.
Aprieto la cabeza contra el concreto húmedo y busco entre toda esa amalgama de sonidos-ecos-resonancias, el timbre que iguale la voz de tu ejecutor. La frecuencia perfecta, la misma amplitud del grito del callejón. Siento y escucho el ritmo de sus pasos doblar dos cuadras arriba y desaparecer al detenerse por un segundo y apoyarse sobre alguna alfombra. Ya tengo grabado en mi hipotálamo el tono puntual que el peso de tu homicida, desordenadamente balancea, sobre sus grotescas botas de cocodrilo.
Como puedo me levanto, el dolor me sigue comiendo el vientre. Como si a cada movimiento, un cuervo negro, un monstruo de Gila, me devoraran el hígado en pedacitos. Avanzo a tientas y tropiezos de rodillas sangrando, arrastrando el abdomen y de nuevo a palpas y mas caidas; arrítmica comedia de errores hasta biológicos.

Un ebrio transeúnte me escupe la cara justo al doblar la esquina, pierdo la endeble vertical, y resbalo hasta el otro lado de la banqueta, golpeo de frente contra el oxidado tambo de los desperdicios de la cenaduría. Cuento exactamente noventa y ocho segundos de inconsciencia. Me despierta la lengua rasposa de un pulgoso galgo lamiendo el vómito de mi pescuezo.
Avanzo dolorosamente, de nuevo tratando de darle sentido a todo este costal de huesos, sangre y tendones que cargo bajo la dermis de mis sub-historias.

Ya lo siento cerca, ya lo miraré a los ojos y podré descubrir dentro de sus viles inclinaciones el plan imperfecto de tu sacrificio. Ahora sé que son nueve sus víctimas y sé también que si no alcanzo a llegar, tu serás la décima sacrificada.

2 comentarios:

Ana Corvera dijo...

saluditos mi estimado Bencomo! gracias por no olvidarte del blog, saludos!!

Bencomo dijo...

gracias ana, por favor no olvides el tuyo

un abrazo