sábado

caparazón de caguama.

Increíble. Doy la vuelta en la última glorieta después de pasar la cancha de la iglesia. Me topo de frente con una imagen que parece tomada del noticiero de las 10. Una vivienda en Kabul o Kandahar justo luego del paso de un "platoon" yanqui o la escena de un caserío palestino en Gaza, después de un ataque judío.
Detengo el vehículo y preparo la cámara, tengo el ángulo perfecto, el sol ya oculto detrás del caserío dejando en el ambiente una capa naranja-cálida. Al frente de la casa de la derecha mi vecina, una mujer mayor tranquilamente tejiendo, los vibrantes colores amarillos del estambre agregan belleza a la placa. Dos niños patean despreocupados una lata de aluminio. Sentado en la acera, frente a la casa de la izquierda, el albañil-velador de la obra de la esquina empinando una cerveza y observando a los plebes. Enmarcando el centro de la toma, la puerta de aluminio destrozada, descubriendo un patio atiborrado de muebles, papeles, cristales, ropa, enseres. Las ventanas con los vidrios rotos, algunas de las rejas despegadas de la base. Manchas de sangre en la puerta de la entrada.
Me quedo un instante y saboreo la escena, la belleza de la fotografía que estoy a punto de plasmar.
En este momento mi vecina detiene su tejer, voltea y me dirige un

–Buenas tardes vecino, ¿que agradable brisita verdad? –

Apago la cámara y la guardo debajo del asiento. Nunca grabo este momento.
Una hermoso atardecer de Julio en un barrial, como muchos, de mi querida Tijuana.

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