martes
ausencia blanca
consecuencias
del pálido
de todas
tus latitudes,
y tratando de definir
el tono azul del cielo
aquel primero de diciembre
te dibujo adentro
bosquejo todas las lineas
de tu mirada extraviada
entre la nieve
y los eucaliptos,
tus gritos,
tus deseos plasmo en arcilla negra
y las lágrimas congeladas
guardo en hojas de abedul.
dieciocho meses
cambió el color
de la corteza cruda
cambió el camino
y los vericuetos del amanecer
otro invierno
y ausente está tu olor
el sabor de la base de tu cuello
el calor de tu pecho
el hambre de comerte
masticarte
hasta las tímidas raíces
complejas campanulas
jugosas otoñales
rebozantes quebradas
tú.
lunes
puntarenas otra vez
Como si fueras una visión milenaria de la costa del sur, naces enmedio del lodo espeso-pardo-pegajoso del estero, flotas y subes por el camino a Esparza.
Al llegar al descanso de la Iguana Azul viras a la derecha, atraviezas el mercado y bajas a Caldera por el lado de Mata Limón, justo al tope de la marea de las siete y media. Para luego desaparecer bajo el puente de la marisquería, aquel edificio rosado donde compartimos sendos ceviches de chucheca negra y baldecitos de imperiales.
¿Baldes? - a cabrón, ya mezclé otra vez las realidades-
martes
Uno Sur
El sol se alza por el lado de Esparta, como todos días, y desciende hacia el oeste por la verde lengua que forma su geografía, hasta más allá de la Angostura; derritiendo el pavimento a cada paso desde que llega al puente de Barranca. Otro día sin tregua en el aire con el mismo sol incandescente, ni a la sombra de los palos de mango o bajo las palmeras cargadas de pipa puedes huir del bochorno y la desesperación. Días insoportables del verano en el puerto.
Te levantas, despiertas a tu hija y te preparas para el último día de trabajo en la fábrica antes del asueto de fin de año.
Tienes que apurarte, ajustas el cinto de Jocelyne en su asiento de la bicicleta, acomodas el almuerzo y sus cambios en el canasto y sales de entre la ropa tendida rumbo a toparte al sol de frente, otra vez ese sol que no te dejará en paz sino hasta el anochecer. Cuando empiecen a comerte los mosquitos hasta el amanecer.
Vaya ciclo navideño.
Solo tienes doce minutos para cruzar todo el barrio Mora, llegar hasta donde tu madre. Dejar a Jocelyne en sus brazos, besar a tu hija como si nunca la fueras a volver a ver, explicarle los tiempos y medidas de la medicina de su nieta y preguntar por tu padre,
-que cuando regresa de la isla-
-que si ya dejó de tomar guaro-
-que si no te ha vuelto a pegar-
Todo al tiempo que masticas un bocado de pinto con banano frito, que tu madre a diario te tiene listo al llegar, al tiempo que pregunta por Leiner.
- que si ya trabaja el mantenido ese -
- que si ya no pedrea el hijoeputa -
-que si no te ha vuelto a pegar-
Faltan dos minutos para las siete cuando cruzas la caseta del guarda del parque.
Alcanzas a leer las 7:01 en tu tarjeta mientras corres a tu estación donde vas a pasar las siguientes diez horas insertando medias de seda, una por una, microagujero por microagujero en cilindros de doscientas veinte micro agujas cada una.
cientonoventaiocho - cientonoventainueve - doscientas - doscientasuna - doscientasdos...
Si tienes un buen día vas a completar veintisiete docenas de pares. Seiscientas cuarenta y ocho medias que se van a vender a ochenta y siete dólares el par, sin incluir impuesto, en alguna tienda en California. Después de que te descuenten cargas sociales, el ahorro de la asociación y el pago de la bicicleta no vas a sumar suficientes colones para empatar el valor de la mitad de una media.
Vaya ciclo navideño.
lunes
absurdouno
martes
la oración
Ya no podías componerlo. Tuviste que dispararle al güero Rascón y a todas sus maldiciones. ¡Cómo jijos de la rechingada se atrevió a reclamarte lo de Casas Grandes! Esos asuntos son de la jornada, ¡de hombres! y se quedan en el camino. Claro, el sotol y que’l cabrón te haya ido ganando en los naipes tampoco le ayudó. Ni modo, ya tendrás que arreglártelas con el Redentor.
Hoy, seis noches después y un mundo de diferencia. Ya mataste al apaloosa, lo corriste por tres días con todititas sus horas. Cayó echando espuma y sangre por el hocico, unas ocho leguas antes de llegar a Las Juntas. Allí cambiaste la montura, aquella que tanto querías, por un tordillo quemado, a ése lo reventaste justo al bajar la sierra, llegando a Zaragocita.
Lo único que te quedaba era el treinta-treinta que te regaló tu abuelo y ni modo, a cambiarlo por el bayo que acabas de enterrar anoche en el llano de Los Alacranes. Con la del bayo, ya son cuatro las almas que debes. Se me hace que te van a salir más caras las almas de los cuacos que la de Rascón, ésos ni culpa tenían.
Ahora estas arrebujado, escondido en el hueco que hiciste en el suelo arenoso y frío de un arroyuelo muerto. Cubierto hasta los sobacos, el pescuezo y las orejas, con ramas de pirul, mezquite, huisache y gobernadora. Sientes que ahora sí te cargó toditita la chingada. Sientes que ahora sí las veredas se han terminado de cerrar. Oyes a los hombres de la cordada, cada vez más cerca, maldiciendo tu nombre y el de toda tu descendencia. No has probado bocado desde ayer al atardecer, cuando a tiemblas y tosidos te tragaste el último puño de pinole que te quedaba en la alforja, con un trago de agua hedionda de aquel charco donde quedó reventado el bayo.
Si los soldados no te matan, te matará la sierra, con su hambre y con su frío.
Ya no tienes pa’donde hacerte. Estás enterrado en un pinche arroyo seco, en medio de ninguna parte, tapado hasta las orejas, hambriento y despedazado. Y los sardos, cada vez más cerca. Te sangra la entrepierna, la piel maloliente y pegada a la horcajadura. Las rodillas saltadas, falseadas, despostilladas. Las corvas con los huesos expuestos y las posaderas húmedas, sanguinolentas. Te duele hasta el pensamiento.
Retumban las pisadas de los cuacos y las mulas del pelotón, se mezclan y las confundes con los latidos de tu corazón y con el llanto ahogado de tu desesperanza.
Perros, gritos, maldiciones, pasos, tumbos que se agigantan.
Como puedes, en tu hoyo, y aguantando la respiración, tuerces el cuerpo sin despegarlo del suelo. Deslizas los brazos entre la arena y el pecho buscando el escapulario. Lo sientes hundido entre las costillas y con fuerzas que sacas, de no sé dónde, lo jalas hasta tu pecho. Sientes la sangre brotar de tus falanges. Estás maniatado con el peso propio de tu cuerpo, sin casi poder moverte. Pero no importa ya, porque tienes el Redentor en tus manos: repegadito a tu pecho.
Muy apenas, te escuchas sisear...
-erdap ortseun euq sátse ne le oleic...
Las palabras salen apenas, del fondo de tu garganta...
-odacifitnas aes ut erbmon...
Lloras todas las palabras...
-sonagnev ne ut oneir...
Las sangras una a una...
-esagáh roñes ut datnulov...
íuqa ne al arreit omoc ne le oleic…
Sientes las teguas de los soldados remolerte las costillas…
-sonad yoh ortseun nap ed adac aíd...
Y de repente ya no te duele.
-anodrep sartseun sasnefo...
Los hierros de los caballos te atraviesan el lomo, como si fueras un ánima.
-omoc néibmat sortoson somanodrep…
a sol euq son nednefo…
No hay dolor. La cordada no te ve. Los animales te sienten y se alborotan, relinchan, ladran, bufan. Eres invisible. La oración del Redentor, así como te la enseñó tu abuelo. Todo es confusión en la tropa, las bestias asustadas, los gritos, el miedo de no saber dónde estás.
-Te dije que este cabrón era un brujo, vámonos a la chingada.
Poco a poco la noche se queda callada. Silencio. Paz. Empieza a amanecer. El viento frió te levanta. Los puños entumidos aún apretando el escapulario. Como puedes das el primer paso, luego otro... y otro más. Arrastras tu caminar todo el día, hasta bajar al desierto. Antes del anochecer de mañana divisarás las vías del tren. Como puedas, te vas a encaramar al vagón cargado de trozos del aserradero, justo al frente del cabús. Te quedarás dormido y no despertarás hasta llegar a Mexicali.
Exactamente cincuenta y seis años con diecinueve días después de aquella séptima noche, le voy a dar el escapulario a mi nieto, el mayor, y le voy a enseñar a rezar la oración del Cristo Redentor… Igual, como te la enseñó tu abuelo.
lunes
arbol sordo en el paseo de los turistas
Sordo
mudo
retratado en lodo
con las marcas de la historia
dibujadas en tu piel de tiempo
paralítico
como perro encadenado
a tu propio
amanecer
atardecer
anochecer
morir.
Dejando que tu sordera no escuche los cantos
de alrededor
de tu propia fogata.
¿puedesverelpuerto?
tu alma
y las ganas de compartir?
Cuando asomas la vista hacia el sur
(en el vuelo 186)
rumbo al re-encuentro
con tus fantasmas meridionales.
viernes
feliz cumplerecuerdos

Como un grano de arena,
Quemado...
Por el sol de Caldera
A finales de Febrero…
Reseco...
Como el rostro del chancero
De la esquina del estadio
Salado...
Como las gotas de tu rocío
Amorfo...
Como las nubes y seres y monstruos,
Que tu manos pequeñas,
(Pecosas)
Crean y destruyen cada instante
Con la servilleta,
Y los trozos de corvina, patatas...
Mientras viajamos años luz
Por los detalles de nuestros sueños
A la luz humeante de la mesa del fondo
En los Lagos
Retorcido...
Crujiente y delicado
Como aquella galleta de mar
Que encontramos en la ruta vespertina
A la playa del Refugio
Así es el claroscuro
Del fondo de mis recuerdos
Donde habitas, como Venus
A una cuarta de distancia del sol al amanecer
Y a veintitantos millones de millas,
De mi corazón.
entumidos sentidos

del lado izquierdo de tus mejillas rosadas
(tan suavemente pecosas)
Como el borde derecho de tu entrepierna
Aunque igual de radiantes.
Se me está entumiendo el olor
de la base de tu cuello elongado
(tan sutilmente a mañana)
Como el centro de tu pecho
Aunque igual de preciosos.
Se me esta entumiendo el sabor
del sur de tu vientre escarpado
(tan dulcemente a rocío)
Como la miel de tus labios
Aunque igual de distantes.
domingo
la cuenta por favor
1
Muchacha.
Me hace usted el favor y me regala la cuenta final.
Sí claro todo incluido una sola cuenta
la mía,
la única,
la que gaste desde el principio.
Me anota en la primera noche el espacio estrellado.
Cuando la lengua de luces
de la Punta de Arenas
Se asomó por la ventana
del treinta noventa y cuatro.
Y subió veloz por el camino viejo de Esparta.
Hasta el valle del resto de las veladoras.
La primera noche de sueños
La primera noche de falta de sueños.
Cuando el futuro estaba en comerse de un bocado, en un suspiro
De una gran dentellada
la Costa Rica entera
La de los tres oceanos
(porque en el golfo del oeste, esta el tercer gran mar...)
El mar de las esperanzas perdidas.
de los desencantos,
de las sepulturas,
de las niñas extraviadas,
de la arena negra,
del carnaval.
Del volver a despertar y darte cuenta que sigue siendo el mismo día
De la misma noche.
De la misma Costa.
De la misma Rica
Del nunca yo.
2
Luego luego, en la noche segunda
Me regalas la segunda cuenta
De la segunda tarde
Incluida la segunda noche con su segundo amanecer
La segunda que nunca gaste.
La que incluye nada, junto con todo.
la que no es mía y que no es de nadie
la de todos...
la que no he tocado...
y sin embargo debo desde el principio
(desde siempre he debido)
Me la desmenuzas
(la segunda cuenta)
Igual que aquel ceviche de chuchecas negras
(ese si fue el primero)
Del rumbo de Caldera,
de la Mata,
del Limón.
Del rumbo de la loma de la Iguana Azul
Así desmenuzada
te pago la cuenta del segundo día
Con pedazos
frescos
de
mi
corazón.
eterna Selene.

La vista de tu cálido puerto,
que a monzónicos vientos resquebraja.
Mi estrella del Sur
con el vértice que ofrece
la Osa Mayor.
Y que esconde
a Venus
en el sur-sureste.
(veintitantos minutos de placer)
Al paso de un
Orión vertical
Que debiera haber nacido
a las seis de la mañana
(antes del ferry de las seis cincuenta)
Entonces me regreso
Porque el ver las lineas
tenues,
tersas,
tranquilas
De tus labios juntos
Reflejados contra el cielo estrellado del hemisferio austral
Luego entonces
me vuelvo a sentir vivo.






