lunes

cuatro

No notaste la mirada que te seguía desde el callejón.

Una sombra arrebujada en un rincón del techo de la limpiaduría, abre los ojos al oír el metal de las rejas de la vecindad. Retuerce su cuerpo escuálido, correoso, formado por pedazos flacos de carne seca, sostenidos por poderosos tendones sobre huesos largos que saltan en cada unión. Predador perfecto con los músculos tensados, sin gramo de grasa, nosferato vil con enorme y deforme nariz, tapizada de miles de sensoriales raíces que puede oler la sangre melosa que apenas se está despegando de las paredes internas de tu maltratado útero.
Rapáz hiena, ágil silueta oscura, un millón de maldiciones acumuladas en toda su pálida piel.

Desde la cornisa, asoma y dirige la mirada de cazador furtivo, impecable, hasta el pequeño lunar que nace en la base de tu cuello, justo bajo el lóbulo izquierdo, recorre y disfruta todos sus detalles, cuenta uno a uno todos los vellos de su alrededor, observa con curiosidad un singular vello arqueado que parece nacer del centro de la pequeña areola pigmentosa; su torcida mente lo saborea y siente un oleaje espeso de saliva verdosa nacer de entre sus fétidos molares y bajar a su voluminosa laringe. Al tragarla se eleva la mantecosa gargantilla de piel, con la negra cruz invertida que le aprieta el pescuezo.

Un salto sobre-mortal como de nefando saurio que atraviesa, trans-dimensiona la realidad y en un nano-instante está olisqueando ya la base tu cuello, sintiendo tu vellosidad rozar su húmedo hocico, intenta acercar los labios a tu piel y en ese momento aceleras el paso y el engendro infrahumano solo alcanza a sisear en tu oído un par de sílabas incoherentes.

El esperpento transluciente languidece entre las luces rojas que rebotan en el pavimento y regresa de nuevo a tu hipotálamo, de donde nunca debió escapar.

Paramnético déjà vu, déjà senti...

...recoges tu bolso del suelo y continúas tu camino al bar. Al ir entrando volteas hacia arriba y ves una a una las letras rojas luminosas...

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